El misterio del viento rojo

El misterio del viento rojo

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Descripción

INSPECTOR: Uno de aquellos días de tormenta, entrado el mes de
marzo, la lluvia borró las huellas y empantanó las voces que, como serpientes,
se escurrian entre verdades y mentiras. Conseguí encontrar a cuatro, aquellos
cuatro que dijeron presenciar lo que aconteció esa noche de infortunios.
No fue fácil, la gente que no se quiere dejar ver, suele borrar su rastro y
esconder la verdad tras muros, puertas y candados. Aun así estoy seguro de que
hay palabras sinceras en sus discursos. Quizás tú me puedas ayudar a averiguar
esa verdad, pues siempre dicen que cuatro ojos ven más que dos; si bien en
este caso, habrá que confiar en el oído.

Ella es la primera, la señorita Lizzane Obé.     

LIZZANE OBÉ: Me ha hecho venir desde muy lejos, espero que
valore mi esfuerzo. Sabe bien que lo que mis ojos vieron fueron ráfagas de
luces y sombras escabulléndose por callejones indeseables. Ni un rostro
identificable, ni una voz reconocible. Si bien es cierto que pude apreciar la
estela roja de aquello que anda buscando. Lo vi, vi el viento Rojo desaparecer
en un abrigo de pieles y perderse en la siniestra oscuridad de la noche.

INSPECTOR:
¿Puede describir el abrigo?

LIZZANE
OBÉ: Tal y como le he dicho, apenas pude apreciar los detalles. Había alguien
disparando fotos desde una esquina, estoy segura de que esa persona captó el
momento que le estoy refiriendo.

INSPECTOR:
Y siguiendo su Consejo hice llamar al señor Dexómine.

DEXÓMINE:
Sí, me dedico a la fotografía. He publicado reportajes en las más prestigiosas
revistas del país, eso no implica que en el fragor de la  contienda 
traicionara mis principios. No fotografío a nadie sin su permiso explícito.

INSPECTOR:
Hay una señora que afirma haber visto a alguien fotografiando lo ocurrido.

DEXÓMINE:
Ese no era yo, se lo aseguro.

INSPECTOR:
Y entonces… ¿qué hacía en esa calle a las tres de la madrugada?

DEXÓMINE:
Venía de una exposición de pintura y un coloquio posterior, en la galería de
Cascais, que se extendió pasada la medianoche. Me acompañaba un estudiante de
la Facultad que había conocido aquella tarde. Necesitaba unas fotografías de la
exposición para publicarlas en el periódico de su Universidad.

INSPECTOR:
¿Usted sabe que el objeto en cuestión se encontraba en dicha Galería hasta esa
misma noche?

DEXÓMINE:
Lo sé, estaba expuesto en una vitrina. Todos los allí presentes pudieron verlo.
Pero cuando fue robado yo ya no me encontraba en ese lugar.

INSPECTOR:
Cierto, casualmente se encontraba en el momento y lugar donde se llevó a cabo
la transacción final. Una joven vio como el viento Rojo cambiaba de manos y
desaparecía bajo un abrigo de pieles en un callejón. La policía llegó segundos
más tarde, pero ya no quedaba nadie en el pasaje De Gois, salvo unos cuantos
testigos.

DEXÓMINE:
Imagino que esa es la única razón por la que estoy aquí.

INSPECTOR:
Podría ser…

DEXÓMINE:
¿Cómo?

INSPECTOR:
Su versión es un poco distinta a la de los otros testigos…

Y ahora, por favor, dígale a su amigo el estudiante que pase.

DALIO:
Me llamo Dalio, estudio en la Facultad de Periodismo de Cascais. Estoy especializándome
en la cobertura de sucesos. Como ya le he dicho, salía de una exposición de
pintura cuando, de repente, un estruendo recorrió todo el pasaje de Gois. El
frenazo de un coche, varias personas corriendo… Fue todo muy rápido,
comprenderá que apenas pueda aportar un par de detalles.

INSPECTOR:
¿Qué me dice de los flashes?

DALIO:
¿Qué flashes?

INSPECTOR:
Fuentes afirman que una persona fotografió  el momento en el que el Viento
Rojo cambió de manos.

DALIO:
Si hubiese ocurrido así… lo recordaría. Me asusté, no sabía lo que estaba ocurriendo.
En aquel momento temí las consecuencias.

INSPECTOR:
¿A qué consecuencias se refiere?

DALIO:
No… Simplemente… Creí que me vería envuelto en problemas. De hecho estoy
aquí en mitad de un interrogatorio.

INSPECTOR:
No es un interrogatorio. Lo que me resulta curiosa es dicha reacción por parte
de alguien que quiere dedicarse al periodismo de sucesos.

DALIO:
Bueno, era una situación nueva para mí. Nadie nace siendo experto.

INSPECTOR:
No, tienes razón, desde luego. Pero tienes que saber que el miedo solo entraña
más miedo. Ocultar es, en cierto modo, una forma de engañar. Tenlo presente.

Y
entonces hice llamar a la última testigo, la señora Asgala.

INSPECTOR:
¿Sabe por qué está aquí?

ASGALA:
Sí, por mi don de la ubicuidad.

INSPECTOR:
Exacto, sé que no es una situación agradable. Pero necesitamos resolver este
caso.

ASGALA:
Lo sé, pero me temo que no puedo ser de mucha ayuda.

INSPECTOR:
Cualquier detalle es crucial para nosotros. ¿A qué se dedica usted?

ASGALA:
Mire, estaba allí porque se supone que es allí donde debería estar. Me enviaron
a hacer unas fotos, pero le aseguro que no tienen nada que ver con este caso.

INSPECTOR:
¿Perdón? Creo que unas fotos en el lugar donde el Viento Rojo fue visto por
última vez pueden ser muy relevantes para el caso.

ASGALA:
A mí la joya no me interesa lo más mínimo. De todas formas, las fotos
desaparecieron, ya no existen.

INSPECTOR:
Creo que no la entiendo. ¿Se puede saber de qué va esto?

ASGALA:
Comprenderá que no pueda revelar cierta  información confidencial. Usted
tiene un caso entre manos y yo tengo otro, y reitero que no tienen relación
alguna.

INSPECTOR:
Aun así, en un asunto de estas características, me temo que debemos analizar
las conexiones menos aparentes.

ASGALA:
Mire, le diré lo que realmente quiere saber. El Rubí pasó a otras manos aquella
noche y sea quien fuere los autores del robo van a intentar levantar todo el
polvo que puedan. Sé que hay gente muy poderosa detrás del Rubí, lo supe hace
unos años, cuando me contrataron sus anteriores custodios. He visto cartas,
amenazas, un sinfín de maletines… No me extraña que se quisieran deshacer de
él… Y en la galería todo era más sencillo, apenas había seguridad.

INSPECTOR:
Estuvo en la exposición aquella noche, ¿cierto?

ASGALA:
Sí, estuve. Y no puedo revelar el motivo, como ya sabe.

INSPECTOR:
No hace falta que me lo diga, ya lo intuyo. El caso es que encuentro sinceridad
en sus palabras. Una pregunta más: ¿ese abrigo de pieles es suyo? Me refiero…
¿hace mucho tiempo que lo usa?

ASGALA:
Sí, por supuesto. No entiendo muy bien el por qué de la pregunta, pero sí,
perteneció a mi madre y lo llevo siempre conmigo.

INSPECTOR:
De acuerdo, puede marcharse.  Tal y como temía, entre los
testigos hay alguien que está implicado en el robo. Si has escuchado con
atención obtendrás fácilmente la respuesta. Inculpar a otra persona a veces
puede delatar intenciones ocultas, en cambio, proteger a otra, aun a riesgo de
resultar sospechoso, denota un humilde corazón. Hay una diferencia entre quien
inculpa y quien protege, entre el que delata y el que se esconde. En esta
historia los escondites son necesarios y no es peor el ciego que no quiere
ver, que aquel que no ve.

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