Había una vez un pequeño poblado escondido entre las montañas, oculto del resto de regiones japonesas de aquel momento. Transcurría el año 1612, doce años después de que se acabaran las guerras entre familias para lograr el título de shogun, y gobernar Japón.
Un joven aprendiz, llamado Randori y entrenado desde muy pequeño para ser ninja, mientras paseaba por el verde bosque Oki, se encontró con una pequeña liebre. Ésta tenía una herida muy grave en la pata y no le paraba de sangrar. Randori, sin dudarlo, cogió una venda que llevaba en la bolsa y se la curó.
El bosque, de repente, se llenó de luz, y la liebre adoptó forma humana.
Confuso, preguntó: “¿Quién eres tú?”. El espíritu respondió: “Joven, la bondad de tu corazón es admirable para estar viviendo en estos tiempos de guerra y desprecio. Ayudar sin esperar nada a cambio es la senda que toda persona debería seguir”.
Tras decir esto, ascendió a los cielos, como si de una nube se tratase.
Randori se quedó estupefacto, y a lo largo de toda su vida siguió recordando aquel encuentro, y acudiendo al templo por las noches para rezar por todas las bendiciones que podía disfrutar.
