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El diafragma separa el tórax del abdomen. Funciona automáticamente, como un fuelle bien regulado. Cuando inspiramos, este músculo se contrae, se aplana y permite la entrada del aire a los pulmones. Al revés, cuando el diafragma se afloja, expulsamos el aire convertido en anhídrido carbónico, espiramos.
Por eso, después de haber comido mucho, con el estómago lleno, tendremos dificultades para respirar. El diafragma podrá bajar y darle cabida al aire nuevo.
Igualmente, cuando estamos nerviosos, los músculos del diafragma se encuentran tensos, crispados, y tampoco permiten llenar los pulmones. Respiramos mal, apenas nos sale la voz. Y esto, a su vez, nos pone más nerviosos.
Cuando venimos corriendo, desasosegados y angustiados, necesitamos mucho oxígeno para reponer el quemado durante el esfuerzo muscular. No nos alcanza lo que inspiramos por la nariz, entonces, comenzamos a tragar aire por la boca. Además de escucharse mal a través del micrófono, estos jadeos nos impiden modular bien las frases.
Mientras hables, inspira por la nariz y suelta el aire, poco a poco, por la boca. Si haces lo contrario, si inspiras por la boca, sonará como si estuvieras ahogándote. Por la nariz, normalmente, el aire no suena.