Cuento escrito por Josep Ferrá. Interpretado por Juan Izquierdo.
Os voy a contar la historia de un diablillo de la Navidad.
Pues sepáis que existen esos diablillos juguetones que, en Navidad, se dedican
a hacer trastadas para divertirse a costa de los demás: esa bola que cae misteriosamente
del árbol haciéndose añicos, esas luces que se apagan y se vuelven a encender
sin explicación, esa cucharada de sopa que nos cae antes de llegar a la boca,
ese golpe de viento inexplicable que llena los turrones y las copas con agujas
de pino y virutas de guirnaldas del árbol, ese picor inaguantable que nos hace
estornudar cuando tenemos la boca llena,… y muchas travesuras más que sería
bien largo de enumerar.
Bien pues el caso es que en la noche de Navidad se había
reunido toda la familia para cenar. El diablillo ya había hecho alguna de las
suyas con el aperitivo, tirando un par de copas de vermut; provocando que a la
abuela le cayera la dentadura postiza en el vaso al ir a beber; consiguiendo
que al intentar pinchar las aceitunas estas salieran despedidas para golpear en
las narices a algunos de los presentes,… Y, queriendo rizar el rizo, se
introdujo en el pavo nada más lo colocaron sobre la mesa, tomó impulso y puso a
éste de pie sobre los muslos. Todos quedaron espantados, excepto el cabeza de
familia que, temiendo fuera alguna broma de sus hijos, golpeó al pavo con sus
dos manos provocando que, embadurnado de grasa, saliera despedido el diablillo
para golpearse contra la pared, rebotar hasta el techo y caer ¡oh desgracia la
suya!, dentro de una copa llena de vino. El vino es terrible para ellos, les
encanta, pero provoca que pierdan sus poderes y pierdan la invisibilidad, amén
de enturbiarles las entendederas. El diablillo no pudo resistir la tentación y
bebió… y se hizo visible.
A partir de ese momento y tras unos instantes de sorpresa,
todo fueron manotazos queriendo sujetarlo, intentos que él pudo evitar por su
gran agilidad, hasta que tirando copas y platos consiguió saltar de la mesa al
suelo pero, ¡vaya sorpresa inesperada! para su desgracia allí estaba agazapado
Flama, un grueso gato de rojo pelamen que con un zarpazo lo sujeto por las
verdes vestiduras. Tiró y tiro el diablillo, angustiado al ver que los
comensales se levantaban para cogerlo, hasta lograr deshacerse de la presión,
pero menuda vergüenza: quedaron sus ropajes enganchados entre las garras de
Flama. Abochornado al verse desnudo, excepto por las botas y el pequeño gorro
sobre su cabeza, al tiempo que anheloso de esfumarse, corrió hasta desaparecer
colándose por debajo de la puerta de la calle. Y así se perdió en la noche,
jurándose ¡vana ilusión¡, no volver a tomar vino jamás.
JOSEP FERRÁ
